martes, 21 de abril de 2009

39

Supimos de la vida
por lo que nos decían los libros,
las películas, las canciones.
No escuchábamos a nuestros padres,
si acaso obedecíamos para quitárnoslos
de encima.
Y cuando ya no podíamos más
escupíamos un 'déjame en paz'.
Llegó nuestro turno y nos inventamos
historias que sólo sucedían
en nuestra imaginación abonada.
¿Recuerdas qué réplicas?
No sé si eran originales
pero sabían a eternidad
inscrita en los pedacitos de un espejo.
También aprendimos del desamor y la pena
en los libros, pero aquí unas y otros y las otras
nos encargamos de ayudarnos a penar.
Porque, ¿qué es un desamor sin pena?
Perfume sin olor, acaso carne sin herida.
Hemos tardado en adentrarnos
en el placer de la aceptación,
donde reside la clave para no ser
rematadamente infeliz.
Y empezamos a entender que sólo la revolución
es posible cuando conservamos lo que tenemos.
Un día, ¿te acuerdas? quisimos destruirlo todo.
Empezar de nuevo. ¡La nada! ¡La nada! gritábamos
embebecidas por las primeras renuncias,
las primeras pérdidas.
¡Bendita estupidez que nos arropaba!
A pesar de nuestra gilipollez,
éramos grandes, inmensas,
con esa juventud lacerante
que todo lo trituraba.

Ahora seguimos leyendo. Aunque ya entonces
coqueteábamos con la trascendencia
a través de la invención, ahora hasta nos
atrevemos a escribir, como esos y esas
a los que leíamos. ¿Nos leerán a nosotras también
con ojos ávidos de descubrimiento? ¿Conseguiremos
ser tan generosas como lo fueron con nosotras?
No hemos fracasado tanto como para dejar
de creer, seguimos teniendo fe en la palabra
escrita a pesar de la lujuria del tiempo
que todo lo macera hasta hacerlo placer y dolor,
según la inspiración del día.

Hasta hemos descubierto que el amor se vive también
- puede que no todavía bien, siempre fuimos lentas -.
Ironía de la cotidianidad, resulta que el silencio
es un rincón en el que se puede descansar, crear, aprender,
amar, ser. Ser y seguir.
Resulta que todo lo que repudiábamos con descaro
nos empieza a gustar ahora.
Decimos menos, hacemos lo que podemos
y procuramos ver el lado florecido de la humedad.
Sabemos que la belleza se esconde
en lugares recónditos, tan a las vistas,
tan en nuestras santas narices...
Donde antes había licor 43, porros y otros efluvios de colores
y consumíamos tejido cerebral
a la velocidad de la autodestrucción propia
del 'no future' heredado de los malditos punkys,
ahora vemos con buenos ojos los domingos por la tarde.
¡Sí, coño, quiero gritarlo como antes gritaba 'la nada'!
¡Amo los domingos! Mucho más de lo que antes los odiaba
Eso, eso es hacerse, construirse.
Amar los domingos de soledad.
Porque queridas,
todo, absolutamente todo,
pasa por amar los domingos por la tarde.

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