martes, 28 de septiembre de 2010

Más o menos nada

Miré el reloj
y sólo eran las dos,
todavía faltaban
tres horas hasta verte
con el vestido verde
que te pusiste
en nuestra primera cita.

Se trataba de mediar
entre el abandono
y el reencuentro
un cuerpo medio
que salvara los trastos
del naufragio

En mi móvil mensajes
de solidaridad y ánimo,
en el tuyo, me dirías después,
la memoria en 7 megabytes
y dos corazones
de cuando nos amábamos
en el sordo césped
de los parques

Habían cerrado el restaurante
qué poco quedaba de nosotras
cuando nos mirábamos a los ojos
y nos soñábamos dentro
la una de la otra;
qué estupidas ahora
viéndonos entonces,
todo el mundo sabe
que dos siempre serán dos
y mejor no comprimir
los archivos del futuro
que luego te quedas
en bragas y no tienes
ni un maldito recuerdo
que llevarte al Ipad.

En tu blackberry apareció
la nueva dirección,
nos cambiaron el corazón, baby,
ya no más cenas al borde
de la ciudad iluminada,
ahora una cafetería basta.

Era ése un encuentro absurdo,
las dos lo sabíamos
y hasta en nuestras agendas
salía una voz en off
que avisaba de la traición
de las palabras y del terciopelo
de las promesas antiguas
que nunca llegan a cumplirse.

Aún así, a las cinco de la tarde,
porque eran las cinco en la plaza
y no había toros para matar
sino gente construyendo un escenario
para el concierto de la noche,
nos vimos en directo sin webcam
de por medio que nos distorsionara.

Seguías teniendo los mejores labios
a este lado de la inteligencia
y las réplicas más punzantes
al otro lado de la mesa.
Y, mientras yo, con cara de boba
sin rastro de aquella loba
que por las noches te aullaba
para que la luna fuera bajando
bajandito hasta las sábanas
de lo vivido, te miraba desde
un túnel niquelado, taponado,
con carteles que anunciaban
nuestra más que clara separación.

Pero aún así me aferraba
al timbre de tu voz,
a los botones de tu camisa,
a la lucha de mis moléculas
por saltarse a la torera
todos los indicios de desastre
que nuestra ruptura preveía
en un contrato nunca escrito
pero tantas veces intuido.

Eran las cinco y diez cuando
llegó mi turno en la exposición,
sin cuadros, sin viñetas,
sin esperanza y sin maletas,
desnuda ante un espejo imaginario
que daba vueltas en círculo
a algo que se estaba finiquitando,
anulando, machacando, olvidando
en un presente continuo.

- Pero es que yo todavía
te quiero.

Fue como una declaración
de principios de una pobre
letrada cuando el juicio
está más que perdido
y alega en la defensa
de su cliente lluvia
ocasional y resbalón
con cuchillo en aquel asesinato
demostrado en video
por la acusación.

- Eso no es querer,
lo que tu haces
es cobijarte en un rapto
infantil y a todas luces
cobarde.

La humillación en estos casos
viene sola cuando la estás
llamando desde una apelación
que sólo busca retardar
el momento en que ella se levantará
y dirá adiós con un beso furtivo
en aquella mejilla que tantas
veces acarició.

- Tengo mucha prisa,
he quedado con un cliente

Y ya no sabes qué pensar,
si el cliente la corteja,
si tiene un lío,
si te ha olvidado más
rápido de lo que has tardado
tú en hacer ese espantoso ridículo.

Se va. Y sabes que ya no está.
Que no la puedes llamar.
Que el número de tu móvil
jamás volverá a sonar.
Que a partir de ahora
estás envasada al vacío.
Y todo hueco en tu estómago
es poco comparado con el agujero
que se está empezando a generar
desde ese momento en que su adiós
perforó todas tus resistencias
porque se quedará,
al menos hoy, hasta mañana.

Y ya de ti con ella
queda bien poco,
más o menos, nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por favor, es tan maravilloso que lo utilizaría como despedida en una ruptura. Hay unas frases sublimes Paula. El sexto párrafo me emociona.
Muack.
Emma.

Laura Freijo Justo dijo...

Ostras, Emma, qué guay lo que dices. de este pensapoamiento. Muchas gracias! Feliz boda!