Anochece algunas mañanas
en las que la luz ciega
y el reflejo de aquel amor
influye en el devenir
de las mareas.
El corazón se para
y late sólo la ciudad amplia,
ni gritos ni esperanzas
colman el cáliz
del sueño eterno.
En las terrazas los turistas
huesmean algún matini negro
y muestran postales pasajeras
mientras las palomas
se entretienen en los postes
de la luz y picotean
lo que queda de nuestra
electricidad sin nombre.
Los cuerpos doloridos
macerados exigidos
por la memoria autoritaria
se vuelven con sus caras
oscuras y cantan
otra despedida
Llueven fotografías
de los días de la semana
afortunadamente,
el tiempo pasa
y no se repite,
tal vez algún erupto
de cariño libre de culpa
evoca otras ternuras,
pero sólo es una travesura
de la mente imperfecta
que se orienta palpando
y no encuentra
parapente del que lanzarse.
Es cuestión de paciencia,
de sobrevivir a la tortura
de aquellas ceremonias
que anunciaban estabilidad,
qué más da si ya nada sirve
y hasta los puentes
hacen muecas y los payasos
matan gente en las esquinas
Tarde o trempano verás en color
todo lo que en blanco y negro
se nubla sin futuro,
grita si es necesario,
aulla si ya no eres gata,
fugaces, siempre fugaces,
asaltamos la madrugada
para sobrevivir al aire cargado,
a los disfraces que espantan
y a ese rencor afilado
que un día u otro
se convertirá en batir de alas.
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