Mis amigos me ayudaron
a levantar un muro de acero
contra la invasión de la soledad
pero un día dejaron de sostenerlo
¿Desidia? ¿Repetición? ¿Cansancio?
Nunca les pregunté nada.
Ni siquiera un reproche-bala
o un reproche-lamento
les lancé desde la pistola de mi desesperación.
Así que ahí estaba yo
bañándome en las aguas solitarias,
negras y profundas,
de la unidad,
considerando si este presente continuo
había sido siempre así;
hasta que un día,
enjabonándome con olvido
vislumbré una mano que se ofrecía.
Una mano en los huesos,
sin rostro, con una cicatriz
en la palma desnuda
y rayada de la experiencia.
Pero para entonces
yo ya no era Reina de la Ínsula
Soledad
y los tiempos en que anhelaba súbditos
-¿o eran amistades?-
fueron una y otra vez
borrados en las orillas de las playas
por la constante mordedura
de la olas sobre el náufrago.
Además ahora
he dejado de tener pesadillas
y camino sobre las aguas
recogiendo peces-poesía.
No sé, puede que algún día
mi cuerpo insólito,
mitad palabra, mitad árbol,
vuelva a ser humano,
mientrastanto mi mirada,
como una rama hacia el horizonte,
se derraba sobre el acantilado.
'Carpe diem,
mujer raíz'.
Canta el viento
cuando velo
por mi sombra
y atrás queda
la reminiscencia
de una huella.
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