Desperté entre los muertos,
un campo entero de brazos y piernas,
de estómagos sangrantes
y sueños truncados dormían
la eternidad hirsuta,
esa misma que encumbra a los nombres
y olvida a los soldados del anonimato.
Encimá de mí cadáveres putrefactos,
ojos de mirada extraviada
pulmones vaciados de esperanza
y lamentos ahogados por tanta
podredumbre.
El silencio me sobrecogió
y no supe más:
lloré, lloré amargamente
por todo lo que allí
se había perdido.
ORIGEN y DESTINO del libro Tenemos que hablar y otros cuentos sentimentales
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Las primeras salidas nocturnas por el ambiente las hice tarde. Primero me
enamoré con veintidós años de alguien que no pudo o no quiso corresponderme
com...
Hace 2 meses
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