sábado, 5 de marzo de 2011

El corcho del naufragio

No tengo raíces
pero sí recuerdos.

Una infancia con gallinas
y un alambre suelto
que me dejó una cicatriz
en la cara
-híbrido de mala postura
con la almohada-
también un pueblo
del Sur de Ourense
y un auteiro
donde ya de niña
mataba a mi enemigos
-siempre me gustaron
las pistolas aunque sólo
fueran palitos de madera-
y una admiración profunda
por mi prima Marisa
cuatro años mayor que yo
y poseedora de historias
brillantes
que no me cansaba de escuchar.

De mi paso por la casa
de mis padres
una niebla borrosa
invade esos años primeros
¿sería ese el inicio
de mi estrecha relación
con la apisotonadora
del olvido?

La adolescencia, la juventud,
la universidad, épocas difíciles,
de grandes negaciones
de intensidades como estrellas muertas
y alguna pasión irreductible
que me llevó a perder kilos
y a abandonarme a la obsesión
por las letras
y la imaginación traicionera.

De los treinta a los cuarenta
la infinita luz cegadora,
odiosa, extraña,
alumbrando los rincones secretos
y dando voz a los túneles
que siguen abiertos
allá a lo lejos.

Ella y el adiós.

Y ahora yo.

No, no tengo raíces,
y a lo mejor ni siquiera
memoria,
sólo una voluntad inquebrantable
- o tal vez un impulso divino,
qué sé yo -
de seguir flotando
aferrada al corcho
del naufragio

No hay comentarios: