El verano de muchos años siempre fueron
incendios en los montes,
unos adolescentes sentados en las escaleras
del Quiso y el aburrimiento
saliendo de nuestros bostezos.
Luego ya empezamos a fumar
y a Manoli los chicos la seguían
por todos lados,
yo me hastiaba de su constante
cuerda pero en ratos de a solas
todavía nos reíamos mucho
Crecimos, no sé si maduramos,
engordamos, Manoli se casó,
después tuvo un niño, se separó,
yo seguí igual, sin nada en el horizonte,
con amor imposible de por medio,
flojera del corazón, abandono
del pensamiento,
los montes se quemaban
y el cielo se anaranjaba,
ya no nos sentábamos en las escaleras
del Quiso pero al pasar por delante de ellas
las mirábamos recordando.
Ahora volvemos al pueblo,
yo me llevo el arsenal del disco duro,
los ordenadores, este año el e-book,
¡cómo nos hemos modernizado!
y ella echa de menos a su nuevo marido
que se ha tenido que quedar en Barcelona
por motivos de trabajo
Entremedio los veranos con Gustavo,
Carmela y los cacharros, y las risas
atómicas, también con Emilio y Paloma,
pero un año hace seis dejé de fumar
y se acabaron los cacharros
aunque no las risas
El pueblo sigue allí,
con su iglesia del XVIII,
sus viudas de negro en la misa de a ocho,
el Quiso que cada año amenaza con cerrar
porque se jubiló hace dos,
los domingos todos vestidos de domingo,
las luces y las sombras de gentes humildes
que votan por convicción a la derecha
y todo ese silencio tan gallego
que llena las calles que ya no tienen mierda de vaca
porque ya todos cobran sus pensiones
y los hijos emigraron
Sí, de algún modo, el verano,
las vacaciones, siguen siendo esas escaleras
del Quiso, su aburrimiento
y los incendios interiores que no sabemos
cómo apagar
ORIGEN y DESTINO del libro Tenemos que hablar y otros cuentos sentimentales
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Las primeras salidas nocturnas por el ambiente las hice tarde. Primero me
enamoré con veintidós años de alguien que no pudo o no quiso corresponderme
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Hace 2 meses
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