domingo, 1 de mayo de 2011

Esta fe mía

Yo no tengo gran cosa mía propia
pero mi fe es tan grande
que a veces traspasa peligrosamente
los límites físicos de la muerte
y va a parar a lugares
que no sé dónde residen
o incluso si existen
para luego regresar desgastada,
delgada, escuálida por la fuerte erosión
del espacio y el tiempo y el hombre,
tan débil que parece agonizar;
y cuando pienso que se extingue
que finalmente desfallece y se entrega
al féretro de la desesperanza,
de la desilusión, de la desidia,
de la depresión y el desfalco
que deja el desamor a su paso
por las entrañas de un alma abandonada;
cuando está a punto de expirar
anulada por el cansancio que imprime
el pesimismo y el ateismo
bien entrenado por la severidad
con que nos ha castigado el mal
a lo largo de nuestra existencia;
cuando mi cuerpo ya se ha doblegado
ante la imperativa orden
de las leyes de la gravedad,
una leve corriente de aire
inexplicablemente tierna
y educada levanta mi mirada
que de nuevo extasiada
contempla la hermosura
de esta extranjera,
inquebrantablemente frágil
fe mía

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