viernes, 9 de febrero de 2018

El frío y los trotamundos




I

Hace frío y los trotamundos
se refugian en las esquinas
de los metros.

No se sabe si duermen
sueñan o velan nuestras decepciones.
Pero tienen los ojos cerrados
y las maletas preparadas
a los lados de sus esperanzas.

A veces parece que supieran
dónde está la puerta
que conduce a los misterios
del universo
y cuando nos observan
en nuestra locura de prisas
objetivos y metas
sonríen en sus adentros,
como si eso les conmoviera.

Sus arrugas y sus silencios
son signos de conocimiento
y espejos;
y en su código deontológico
son más higiénicos
que muchos de nosotros.


II

Esta mañana 
me vi al lado 
de un tetrabrick,
con un trozo de pan
y un par de manzanas,
la vida en presente continuo
-sin ayer ni mañana-
y un perro tendido a mi lado.

Era una señora mayor
que hablaba sola,
cantaba a la luna,
me faltaban algunos dientes
y había perdido la vergüenza
el miedo y las cadenas;
y la armónica de los deseos
se la regalaba a un viandante
que le hacía más falta
que a mi alma.

Confieso que me asusté.

Fue solo un momento,
apenas un instante fugaz,
como un relámpago.

Una imagen clavada 
en mi pecho 
con una chincheta
afilada.

Luego salí de la nube.
Entraba el tren.
Seguía haciendo frío,
en las montañas nevaba,
y los trotamundos
se refugiaban en las esquinas
de los metros.


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