Ha habido momentos en mi vida
en que he amado el mundo por encima
de mis posibilidades.
Y eso tiene un precio.
Desnuda bajo la tempestad airada,
los dioses me hicieron comprender
con severidad metereológica
lo diminuto de mi intento.
Ser quien se desea también tiene un precio.
Luego el despertar fue amnésico,
el poder no pretende el recuerdo,
la estela que deja declararía
en su contra en un juicio sumarísimo.
Recordar es un precio que apenas alcanzan los elegidos.
Ahora todo está bien.
Es un nuevo comienzo.
Ya no soy capaz de amar tanto.
Ni la tierra, ni tu cuerpo, ni el mundo, ni la humanidad.
Así que me dedico a jugar.
El juego es la única expresión seria que permiten los ocupantes del Parnaso.
El juego tiene la falsa habilidad de manifestarse inofensivo.
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Hace 2 meses
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